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La arquitectura

La arquitectura

Más allá de la concepción simple del espacio que se construye para satisfacer una necesidad determinada, la arquitectura, se concibe como una forma precisa de actividad artística, considerando en ello al arte como un modo específico del quehacer humano. Con el tiempo la arquitectura está en posibilidad de adquirir la categoría de monumento, no tanto por las dimensiones o un estilo en particular, si no por la capacidad que el inmueble tiene para revelar la historia, como testimonio o evidencia material de los hechos. El valor testimonial y el valor documental implícitos en todo monumento involucran un mensaje que se debe captar, esa verdad que el monumento tiene la facultad para delatar. De esta manera la arquitectura en su historicidad evidencia su innata capacidad de delación, ya que confirma la historia del desarrollo cultural, económico y tecnológico de la sociedad y la historia del propio edificio, en tanto haya permanecido.

La arquitectura de Sinaloa como producto de la cultura que sus habitantes han generado en el curso de la historia, hoy forma parte de los diversos planos que la estratigrafía histórica nos deja ver. El valor testimonial, el valor documental y su innegable capacidad de permanecer en el tiempo garantizan la facultad de obtener la potestad como reservorio de la memoria histórica de la sociedad que los construyó, admitiéndolos como Monumentos Históricos, toda vez que son hechos materiales que preservan la memoria histórica del pueblo, constituyéndose además, como parte del patrimonio cultural de la sociedad sinaloense.

            En la tipología formal de la arquitectura construida durante el periodo novohispano de Sinaloa, se destacan variantes del barroco tales como purista, interestípite y neostilo. Y en las obras del siglo XIX predominan algunos casos neoclásicos y otros más eclécticos, sin embargo la tipología sinaloense la define el tradicional simplificado con influencia neoclásica.

La arquitectura novohispana de Sinaloa, no obstante mostrar una característica expresión estática evocando un rasgo de equilibrio y firmeza, discrepa con el desarrollo formal del resto de los elementos de la estructura compositiva, al mostrar entablamentos, frontis, basas, enjutas y remates con evidentes transformaciones en su forma, dando la impresión de movimiento, o inclusive los mismos apoyos son afectados, aunque sólo en la proporción, pues en algunos casos se tornan achaparrados.

            Por otra parte la tipología formal en la arquitectura habitacional que durante el periodo novohispano se edificó en Sinaloa, muestra también la variante del barroco tablerado, circunscrito básicamente a la producción de la arquitectura doméstica, no obstante también se empleó como recurso formal en algunas obras del género religioso. Las primeras manifestaciones surgieron al mediar el siglo XVII, perdurando todavía hasta la primera mitad del siglo XVIII. Esta variante se caracterizó por la omisión de la columna en la estructura formal, supliéndola por pilastras empotradas, recurriendo al capitel toscano, y enriqueciendo la superficie del fuste, al modo de los tableros bidimensionales que se labraban en obras de carpintería, particularmente en las puertas del mobiliario de la época.

            El fuste sugiere un tablero que puede servir de fondo a otros elementos ornamentales  y en el que pueden labrarse acanalamientos o la sobreposición de varios tableros, siempre en el plano bidimensional, ofreciendo cierto grado de racionalización, de una sobriedad absoluta, en el tablero se renuncia a la exuberancia formal, remplazándole con elementos de talle mixtilíneo profundamente geometrizados.         Otra peculiaridad es que su principal característica consiste en el realce formal casi en exclusiva del enmarque en los vanos, donde la jamba se enaltece con el sencillo labrado bidimensional, dando continuidad hasta la superficie del dintel que por lo general se desarrolló en un arco escarzano.

            De la edificación decimonónica, la arquitectura civil construida en general dentro del territorio sinaloense es uno de los mejores testimonios del desarrollo técnico del siglo XIX. Influenciada primero por el repertorio de las formas del clasicismo grecorromano y salpicado después por las interpretaciones del eclecticismo porfirista, hoy día forman el conjunto testimonial más numeroso de nuestro patrimonio construido. Invariablemente el espacio en la vivienda decimonónica de Sinaloa, se solucionaba alrededor de un patio; el que podía presentarse bajo diferentes tipologías, según fuera la disposición de las piezas en torno a éste; de patio central y traspatio, de patio dispuesto en "U",  o de patio en "L”. En algunos casos el patio se circunscribía con portales construidos de cantería, en los que hacia principios del siglo XIX apareció el singular doble portal sinaloense, el cual se empleó todavía hasta muy entrado el siglo XX.

 

 

 

La arquitectura sinaloense de la época virreinal

 

Arquitectura jesuita de Sinaloa

 

De la presencia jesuita abundan los testimonios, que van desde la organización territorial, asentamientos humanos, topónimos y por supuesto la arquitectura.  Precisamente los referentes más remotos de la arquitectura jesuita proceden de Andrés Pérez de Rivas, en “Los Triunfos de Nuestra Santa Fe…” señala que en las incipientes misiones, las primeras edificaciones dedicadas al rito católico no fueron mas que sencillas ramadas, mismas que paulatinamente debieron evolucionar espacial y técnicamente hacia otra concepción tipológica, un tanto más apegadas a la idea que la Compañía de Jesús traía y requería para sus fines. 

El estudio de las misiones de Sinaloa remite al abordamiento de un sistema formado a partir de los rectorados de San Felipe y Santiago, de San Andrés y Topia, los últimos dos localizados en el territorio del estado de Durango. 

Para mediados del siglo XVIII la disposición territorial de los sitios misionales en torno a los ríos Petatlán, Zuaque, Evora, Humaya, Tamazula, San Lorenzo y Piaxtla, como estrategia de reducción de grupos indígenas, estuvieron en función de las dificultades del medio geográfico y la conjunción de diversos atributos que éste ofrecía: seguridad ante inundaciones, la existencia de referentes paisajísticos, terrenos fértiles para la producción agrícola y  accesibilidad a los templos y poblados. 

Se trata de una suerte de “oasis” localizados en  entornos agrestes, de difícil condición, en torno a los cuales se estructuraban los pueblos de indios, ranchos, cofradías, caleras y tasajeras, entre otros. 

            Además, es pertinente señalar el referente dejado por Francisco Xavier de Faria en su “Apologético Defensorio…” donde hace una meticulosa descripción del espacio habitacional que de ordinario ocuparon.  Residencia a la cual se accedía desde un portal hacia el zaguán, del que se distribuía por el resto del espacio a los aposentos, oficinas y el patio, que acá llamaban corral. Finca de adobes que se adaptó a las rigurosas condiciones climáticas en la región. 

            Las muestras materiales dejadas por la presencia jesuita en la región, existen en abundancia. Expresándose en los restos arquitectónicos de bajareque, adobe, ladrillo y piedra localizados hacia el norte y al sur-oriente de la zona central de Sinaloa principalmente. Mostrando las evidencias tecnológicas, constantes tipológicas y variantes regionales en la composición formal y funcional de las estructuras misionales que la Compañía de Jesús construyó. 

            Así es evidente el lenguaje barroco que aparece en las expresiones formales de algunas de las misiones esparcidas en el territorio que ocupó la antigua provincia jesuita de Sinaloa, reflejada sobre todo en el esquema de las sencillas portadas de los templos, que sin recelo podemos reconocerlo en algunos casos como una práctica común derivada probablemente de un taller de canteros, con un sistema constructivo semejante, de similar estereotomía y lenguajes dentro de un parámetro perfectamente identificable, el que podemos asumir como la "arquitectura religiosa del dieciochesco sinaloense". Se admite que tanto las tecnologías como las formas empleadas son de otras latitudes, percibiendo en ellas una profunda relación de formas y acabados, con las construcciones jesuitas de otras regiones. 

            La mano jesuita también se delata en las modestas obras edilicias de humildes templos de adobe y bajareque construidos en los pueblos que tenían de visita, o en las mismas misiones que tenían dentro de su labor de conversión, y que no llegaron a transformar su estructura bajo algún sistema constructivo pétreo.  De estas aun persisten restos en sitios como Mochicahui y Tehueco entre otros: 

Ruinas de la antigua Misión de San Jerónimo de Mochicahui 

            Hacia el oriente de Los Mochis rumbo a El Fuerte, se encuentran las ruinas de la antigua misión jesuita de Mochicahui, donde gruesos muros de adobe son testigos que guardan el pasado de la predicación jesuita entre los indígenas de la región. Allí mismo aún se mantienen algunos vestigios de la antigua techumbre del edificio, desecadas por el intemperismo todavía se sostienen en los muros una serie de ménsulas de madera, que dan forma a un arco de gloria que describe una forma mixtilínea, en concordancia con los modillones que sostienen lo que de la viguería aún pervive en el presbiterio. 

            Entre los muros que todavía se sostienen, y los restos apilados en la ruina, claramente se dibuja la planta arquitectónica que originalmente tuvo el templo; y que consta en algunas evidencias fotográficas de la primera mitad del siglo XX; tres modestas naves formaban el interior, segmentadas por una serie de columnas y zapatas de madera, que al concluir en el presbiterio, el espacio se estrecha,   provocando un requiebre en el paramento interior, que en el esquema funcional da lugar a un presbiterio que conserva la amplitud de la nave central. 

Ruinas de la antigua Misión de Tehueco 

            Cercana a la población de El Fuerte, en el árido espacio que ocupara el antiguo atrio, junto al templo actual se encuentran las ruinas de la vieja misión jesuita de Tehueco, sobreviven solamente los restos de la estructura de adobe del presbiterio, con su arco de gloria de medio punto y parte de los paramentos de lo que fue la sacristía. 

            Entre lo que resta de esta antigua estructura, es difícil percibir algún elemento que nos adivine lenguaje arquitectónico alguno, a no ser por algunos testimonios fotográficos que muestran los restos de ménsulas de recorte mixtilíneo que allí existieron, para sostener la techumbre de vigas, a la manera de la cubierta del templo de Mocorito. 

            En otro orden cabe destacar los testimonios que muestran otras tecnologías constructivas y estructurales, entre las que destacan las evidencias arquitectónicas en Pueblo Viejo. 

Ruinas de la Misión inconclusa de San Ignacio de Loyola, Pueblo Viejo. 

            Al sureste de Guasave se encuentran los restos de la misión inconclusa de San Ignacio Nio, hoy Pueblo Viejo; en ella se advierte un desventuroso pasaje de la historia de la arquitectura jesuita en la región.  De acuerdo con las noticias de la visita realizada en 1760, por Don Pedro Tamarón y Romeral; en Nio "se comenzó la iglesia de tres naves, toda de ladrillo y bóvedas con dos capillas, y estando levantadas las paredes y arquerías y cerradas tres bóvedas y dos medias naranjas en las capillas, creció tan espantosamente el río que, dañando los cimientos, hizo falsear toda la obra, viniéndose al suelo las bóvedas, desplomándose las paredes, a excepción de las que forman las capillas que hasta hoy subsisten con sus medias naranjas.  Por esto y haber continuado los aluviones, se está mudando a el pueblo a paraje más alto, y allí en nueva iglesia se comienzan aprovechar los materiales de la arruinada". El templo edificado en la antigua misión de Nio Viejo se fabricó enteramente de ladrillo, con juntas de argamasa hecha de cal, arena y pedacería de conchas de ostión. Consiguiendo el mismo concepto funcional que resolvió el esquema de la misión de Mochicahui; diseñado también con tres naves y un presbiterio estrechado a la dimensión que guardaba la nave central. Sobresalen además las dos capillas construidas junto a las naves laterales y adyacentes al presbiterio. De ellas sólo una conserva la bóveda de media naranja señalada por Tamarón. 

            En Nio Viejo se concibió una planta arquitectónica bajo el mismo concepto espacial observado en Mochicahui, aunque aquí se advierte en el esquema formal de las fachadas de las capillas, una probable intención barroca, donde tal vez se mostrarían unas portadas interiores, siguiendo un claro esquema constituido por nichos, veneras, un luneto de remate y una clave de resalte en el arco de medio punto. Todo con un probable acabado final en argamasa.   

            El lenguaje del barroco que caracteriza la arquitectura religiosa del siglo XVIII, definida como "dieciochesco sinaloense", es una variante de la modalidad del barroco purista, donde las proporciones de las jambas se tornan un tanto achaparrados, aunque en el mayor de los casos, jamás dejan de ser estriados. La sobriedad es su signo estilístico, donde la decoración es exclusiva para los enmarque en los vanos; el ornato es rico únicamente en la clave de los arcos, generalmente se logra con elementos de la iconografía mariana, ya sea en tácitas imágenes, anagramas o motivos florales. Esta modalidad es evidente en las últimas edificaciones construidas por los jesuitas, así como en los templos parroquiales influenciados por éstas. Así, Nio, Sinaloa o Capirato son muestra de tal tipología formal. 

Misión inconclusa de San Ignacio Nio. 

            En aquel "paraje más elevado" del relato de Tamarón y Romeral, el mismo en que se reubicó la misión de Nio; allí fue donde poco antes de 1760 se levantó la nueva iglesia, después del derrumbe en Pueblo Viejo, que a causa de la expulsión jesuitas en 1767, este inmueble probablemente nunca fue terminado; quedo el testimonio de una obra truncada. 

            Construida de sillares, ahora solamente permanece el arranque de los muros, además del inicio de las portadas laterales y la principal. Claramente se describe una planta de cruz latina, con un crucero estructuralmente preparado para que en sus esquinas se apoyaran las pilastras que probablemente recibirían pechinas, tambor y cúpula.   En Nio las portadas son tres, además de la principal, hay dos laterales, que miran, una al oriente, y otra al poniente.  La portada del frontispicio enmarcando el acceso principal, tal como sucede en una composición formal de arquitectura religioso, es la más elaborada.        Concebido por un arco de medio punto, el acceso principal se enmarca por un par de pilastras empotradas, de fuste estriado, las cuales se coronan con capiteles toscanos, y descansan sobre basas.  El estriado de los fustes se repite de manera continua en cada una de las dovelas que forman el medio punto, hasta culminar en la piedra clave, donde la jerarquía se reseña con una imagen guadalupana.            Por cada flanco en el enmarcamiento del ingreso, un par de pilastras de sencillo fuste tablerado, escoltan el encuadre del acceso. 

            De los accesos laterales, el que da hacia la fachada poniente es el más completo de estos, en el se aprecia un dovelado sin adorno, aunque de manera aparentemente incidental, en el salmer izquierdo aparece la mitad de un complicado adorno de lacería encerrado en un espacio semicircular.  La estructura de dovelas se sustenta en un par de pilastras empotradas, similares a las aparecidas en el acceso principal, de fuste estriado, con basamento y capitel del orden toscano. 

            En lo que debieron ser los apoyos del arco en el sotocoro, se adivina aún el fuste estriado, donde se encontraban empotradas un par de pilas para el agua bendita, ambas coronadas por cruces ricamente revestidas con ornatos florales, ambas arteramente dañadas por una rapiña mal intencionada. Cabe destacar que al interior del templo nuevo se encuentra la escultura en piedra de San Ignacio de Loyola, que muy probablemente debía llevar dentro de un nicho central de la fachada inconclusa, Dicho sea de paso que el esquema formal de la portada guarda una fuerte relación análoga con la portada de la misión de Opodepe en Sonora.   

Misión del Rectorado de San Felipe y Santiago, Sinaloa. 

            A finales del siglo XVIII, años después de la expulsión de los jesuitas, la antigua misión de San Felipe y Santiago de Sinaloa es devastada por las aguas del río Petatlán durante la extraordinaria inundación de 1770.  Poco tiempo después es levantado el actual templo de San Ignacio de Loyola, empresa que inició en 1772 y concluyó en 1796, de acuerdo con la inscripción que se descubre en el exterior del muro testero. 

            La misión de Sinaloa desapareció, dejando como testimonio evidente la base del campanario. Construido por completo de ladrillo, éste presenta algunos anagramas como elementos simbólicos; aparecen los signos de María y Jesús labrados en cantería. 

            Es muy probable que del escombro de la ruina, se obtuviera el material necesario para la fábrica hecha en el actual emplazamiento, desde luego fue escogido un sitio más elevado. Evidencia de esto se palpa con mayor razón en las portadas que muestra el actual templo. En estas las proporciones de los fustes se abrevian, tornándose más bajas, sin perder el característico semblante que le imprimen las estrías, que también aparecen en las dovelas del arco. 

Antigua Misión de San Juan Bautista,  Badiraguato. 

            Entre la estructura del templo terminado en 1841, se advierten los testimonios de lo que hubiera sido una estructura misional más edificada en piedra,  Iniciada probablemente unos años antes de la expulsión jesuita, la antigua misión de San Juan Bautista de Badiraguato muestra una sacristía con una interesante cubierta en bóveda de cañón corrido, además del derrame mixtilíneo en la ventana que ilumina el interior. Por otra parte y no menos interesante, es el espacio preparado para el camarín localizado tras el muro testero, con la conjunción del doble muro y vanos contrapuestos, que generarían acaso una suerte de transparente con la imagen de bulto del Santo Patrono, iluminada desde el exterior por la luz desde la alborada. 

            El resto del inmueble es obra del siglo XIX, donde predominantemente decuellan los elementos que delatan un lenguaje decimonónico, que sin embargo la sola presencia de la sacristía con su bóveda marca una factible conexión e influencia tecnológica recibida desde la misión de San Ignacio en Tamazula, Dgo. 

Antigua Misión de San Miguel Arcángel, Mocorito 

            Entre los testimonios arquitectónicos dejados desde el año 1591 por los jesuitas, posiblemente la antigua misión de San Miguel Arcángel en Mocorito, sea ahora una de las más interesantes de aquellas que sobrevivieron años de abandono en Sinaloa. 

            Según consta en referencias documentales, la antigua misión de San Miguel Arcángel fue construida posiblemente hacia la primera mitad del siglo XVIII.  En la solución formal de sus tres portadas, se recurrió al arco de medio punto, enmarcado por jambas lisas, imposta sencilla y un gablete como remate. En cada una de las portadas el gablete enmarca un nicho. 

            La nave del templo describe una cruz latina, con crucero de proyección exigua, sin cúpula y un presbiterio de esquinas ochavadas. Adyacente al presbiterio, la sacristía cuenta con un lavamanos en cantería, de una factura muy interesante. Pieza empotrada en uno de los muros, muestra como ornato principal un águila bicéfala, además de diversas molduras enriquecidas con orlas. 

            Justo frente a la calle que en tiempos pretéritos funcionara como el camino real, se encuentra el portal de peregrinos, estructura de cinco arcos de medio punto, por el cual se recibía a los caminantes que llegaban al sitio, en su paso por el lugar.  Cuenta todavía con el área que antes funcionó como huerto y corral, y que en la actualidad ocupa la parte posterior del conjunto. 

            En 1765 este conjunto llego a sorprender al obispo Dn. Pedro Tamarón y Romeral, quién reconoció que por su pulida fábrica y primorosisimo adorno".... "Conoció su ilustrisima no haber, en lo que tiene andado en su obispado, iglesia que la iguale si no es la de su Catedral". 

            En contraste con el complejo monástico de la antigua misión de Mocorito, el campanario descuella en pleno dominio del conjunto.  Es una estructura robusta de singular esquema, en el cual se adivinan ya las líneas que organizan las formas barrocas.  Apoyados en un esbelto machón, dos cuerpos elevan la torre con exquisita sencillez dieciochesca, cada cuerpo ejecutado mediante arcos de medio punto, y enriquecidos con pilares adosados y una sucesión de cornisuelos que rompen la verticalidad del elemento. Sencillo es el primer cuerpo; de planta cuadrada y vanos por los cuatro costados. Mientras tanto el segundo cuerpo se manifiesta con un partido interesantemente cuadrado de esquinas ochavadas, proporcionándole de manera incipiente los códigos del lenguaje barroco.  El campanario remata un cupulín flanqueada por cuatro merlones, culminando en una cruz de fierro forjado. 

            Hacia el año de 1752, según las anotaciones hechas por Juan Jacobo Baegert, el templo de Mocorito era techado con vigas de cedro, mismas que hoy reseñan un lenguaje barroco que justo en ese momento se discernía. Una sucesión de ménsulas con recorte mixtilíneo sostienen las vigas de madera, que en la cara inferior presenta un par de uñas de escoplo a lo largo de cada pieza. 

            En armónico conjunto con la viguería, unas cenefas labradas en madera aparecen en cada uno de los arcos perpiaños de la nave del templo. Muestran las serpenteantes guías de un ornamento de formas vegetales, finas espirales surgen entre la hojarasca dando marco a diferentes símbolos cristianos, entre mitras, y anagramas.  

Ruinas de la antigua Misión de Santa Apolonia 

            En torno al río Piaxtla, aguas arriba de la localidad de San Ignacio, se encuentra Santa Apolonia. Es un poblado con predominio de arquitectura de tierra en cuya parte central se encuentra el templo, del cual sobrevive su estructura de adobe descrita por una sola nave de proporción 1:4.5 y la sacristía en el costado noreste, la cual ha sido intervenida recientemente.  Destaca de esta antigua estructura, la conservación de su atrio con cruz atrial frente al templo y el campanario exento, formado con horcones a nivel del suelo. 

            De las estructuras jesuitas todavía existentes en Sinaloa es posible tipificarlas, abordarlas y clasificarlas desde diversos aspectos; el de las tecnologías constructivas y estructurales empleadas; otro, el de las constantes tipológicas y variantes regionales en la composición formal y en el partido arquitectónico. Así por ejemplo tenemos: los que para cubrir los templos recurrieron a vigas de madera apoyadas sobre ménsulas, como Mocorito, Tehueco o Mochicahui. Con bóveda de cañón, como en la sacristía de Badiraguato o bóveda de arista, como en el presbiterio de Capirato.  En que unos y otros obedezcan tal vez a determinantes de organización administrativa entre las diversas provincias jesuitas, o probablemente a la  temporalidad de la misma edificación. Cuestiones que sólo podrán ser determinadas hasta que no se conjunten los esfuerzos realizados desde los distintos campos de estudio; la arquitectura, el urbanismo, la arqueología, la historia en todas sus vertientes, la iconografía, la historia del arte, la toponimia y hasta las mismas advocaciones de los sitios misionales. Por nuestra parte el aporte incluye además del análisis histórico-arquitectónico, el diagnostico de deterioros y alteraciones de las estructuras, para una adecuada intervención. 

Arquitectura religiosa secular de Sinaloa 

La clerecía secular edificó en el territorio sinaloense varias muestras de arquitectura religiosa, dentro de las cuales en algunas son abundantes las formas del barroco novohispano. Hay desde los modestos templos parroquiales ubicados en los pequeños asentamientos, hasta las elocuentes edificaciones religiosas construidas en las poblaciones que en algún momento de su historia, fueron asentamientos de importancia política o económica.       

Antiguo Templo de San Juan Bautista, en El Fuerte 

Situado sobre el costado norte de la plaza principal, en el asentamiento que se desarrolló contiguo al antiguo Fuerte de Montesclaros. El templo del Sagrado Corazón de Jesús que originalmente tuvo la advocación de San Juan Bautista, inició su construcción en el transcurso del siglo XVIII, concluyéndose hasta ya entrado el siglo XX. 

Resulta de interés histórico la posibilidad existente de que en el origen de este inmueble, a pesar de haber sido un templo parroquial, hayan intervenido sacerdotes  jesuitas de las misiones cercanas. Ya que la administración religiosa de la villa de El Fuerte estuvo desde su origen a cargo de sacerdotes pertenecientes a la Compañía de Jesús, hasta que en una visita episcopal realizada en 1730 por don Benito Crespo, obispo de Nueva Vizcaya, determinó establecer en su lugar a un secular, asunto que consignó el padre jesuita Juan Antonio Baltasar, visitador de las misiones sinaloenses, en su informe al provincial sobre los diecinueve jesuitas encargados de las veinticuatro misiones, en marzo de 1745. Donde además señala como se agudizaban ya los conflictos que los jesuitas tenían con el gobierno provincial, desde mediados del siglo XVII, 

            27. Ya apunté arriba que la administración de el real de el Fuerte fue nuestra, hasta que el señor don Benito Crespo, a petición o insinuación de no sé quál incauto missionero nuestro,   puso cura; y se experimenta, al día de oy, el daño que causa este intreveramento de curatos y missiones, pues el cargo es el mismo que antes acudiendo los rancheros más vezinos a nuestras missiones antes que al cura; y los cuentos con los curas, algo cosquillosos, son continuos; porque, aunque la administración de los indios no les toca, siempre se alargan a ella y quieren atraherlos a sus curatos, para acrecentar las obvenciones; lo que no se puede hazer sin detrimento de las missiones que se despueblan de gente. Los obispos les ensanchan las licencias también para los indios; y los españoles desean tener los indios para sus faenas, de lo cual se sigue que procuran extraerlos de las missiones, y formar barrios nuevos de los indios en sus reales, pero sujetos al cura....Y porque no se ofreze otra cosa que informar de esta provincia, lo firmé en el colegio de Durango en marzo de 1745 años. 

Juan Antonio Baltasar. (Burrus S.J., Ernest y Zubillaga S.J.) 

Este inmueble se define por una planta de cruz latina,  adusta construcción de mampostería, que muestra un crucero exento de cúpula, con brazos de esquinas ochavadas y unas fachadas donde un barroco bastante sobrio se evidencia de manera notable. 

Dispuesta hacia el poniente, la portada principal del inmueble muestra elementos que lo acercan al barroco clasicista inicial, desarrollada en la zona central de la Nueva España. Pilastras empotradas de fustes estriados y capiteles toscanos, sostienen un arco de medio punto, con dovelas que generan una forma tablerada. La clave muestra entre motivos vegetales el anagrama de Jesús, además,  descolgando por el lado del intrados, a modo de  pinjante surge una roseta. Prescindiendo de la sobriedad que en otras portadas de la región se observan, el friso se enriquece con el rítmico compás marcado por triglifos y metopas adornadas con ricos motivos florales. El máximo elemento simbólico de la portada, aparece rompiendo el entablamento,  una representación de un ostensorio, custodiando el Corpus Christi, dentro de un círculo flamígero, apoyado sobre un elegante altar, decorado con sutiles motivos vegetales, todo demarcado por un cortinaje que pende por la parte baja de una venera que simboliza el sacramento del bautizo. La ventana coral se revela por encima de la cornisa del entablamento, mediante un marco en resalte decorado por líneas rectangulares, las que concluyen en una clave enriquecida por motivos vegetales. 

El campanario es una adición ya de principios del siglo XX, resuelta bajo el lenguaje ecléctico porfirista. Donde dos cuerpos; con arcos de herradura en el primero y ojivales en el segundo descuellan en el entorno. Éste, un lenguaje en el que se mezcló el neomorisco con el neogótico que se acentúa sobre todo con el chapitel que remata la torre. 

Templo parroquial de San Pedro, en Chametla. 

            En el extremo sur de Sinaloa, precisamente en el municipio de El Rosario, se encuentra Chametla, asiento de un antiguo señorío prehispánico, al cual se enfrentó Nuño Beltrán de Guzmán, en su labor de conquista y colonización de la Nueva Galicia. 

Allí se localiza el templo parroquial de San Pedro, notable por la singular historia que se advierte en los textos escritos sobre la cantera de sus paramentos, con la reseña particular de su fábrica. Construcción hecha hacia 1778 bajo la tutela del padre Santa María, cura de la parroquia, con la colaboración material de Dn. Manuel Coleta, y  la contribución de otros vecinos con dinero, e inclusive con el sacrificio del trabajo durante los días de fiesta. 

Edificación desarrollada en una planta arquitectónica de nave rasa, muy prolongada y con un presbiterio que por inflexiones de los muros laterales, describe una organización poligonal. Una sencilla portada engalana la fachada principal del templo, de líneas muy sobrias, con pilastras empotradas de fustes que se circunscriben dentro de la modalidad del barroco tablerado, sin más recargo en la decoración, que la expresada en la clave del arco de medio punto, donde aparece la efigie de San Pedro dentro de un medallón circular. Sobre ésta, en el dintel aparece una leyenda que textualmente dice: 

ESTA S. IGLESIA FUE HECHA A EXPENSAS DEL S. CURA SANTA MARÍA 7BRE. (Septiembre) 22 DE 1778. 

            En las portadas de las fachadas laterales, también aparecen arcos de medio punto sobre pilastras de fuste tablerado, aunque en éstas, las claves de los arcos, aparecen con anagramas de  María, coronada como “reina del cielo”, y  de Jesús, "hombre salvador". Además, en la fachada lateral izquierda quedó plasmada la crónica siguiente; 

PARA ESTA SANTA IGLESIA DIO DON MANUEL COLETA TODA LA CAL Y LOS SEÑORES VECINOS 800 P. Y LOS DÍAS DE FIESTA, FAINAS. 

            Aunque el mismo párroco del lugar, probablemente el mismo sacerdote de apellido Santa María, recriminó a  través de la portada lateral derecha, con el singular comentario siguiente: 

PARA ESTA STA IGLEC. NO CONTRIBVIEN LOS HIJOS DE ESTE PVEBLO NI CON EL BALO DE VNA QVARTILLA NI OTRO MÉRITO ALGUNO. 

            El interior de la nave se cubre con una bóveda de cañón corrido, la que descarga sobre una estructura de contrafuertes y muros de mampostería de piedra y ladrillo. El campanario se resuelve mediante una sencilla torre de sólo un cuerpo, sostenida por un amplio soporte.

 

Templo parroquial de San Juan Bautista, en Capirato. 

            Ubicado dentro de una interesante traza urbana circular, propia de algunos de los pueblos de indios de la región, Capirato, perteneciente al municipio de Mocorito, testimonia su origen histórico con el inmueble construido probablemente hacia la segunda mitad del siglo XVIII. El antiguo templo parroquial de San Juan Bautista en Capirato, muestra la influencia de la sobria expresión de las misiones del septentrión sinaloense. 

            Inmensa mole construida con sillares y mampostería, que además hace evidente diversas etapas constructivas, ya en la época virreinal, que con la apariencia que le da la mole pétrea de su estructura, evoca la misión de San Ignacio en Tamazula, Durango. 

            En su interior hay evidencias de diversas historias, hoy conviven con la bóveda dieciochesca del presbiterio; la estructura de arcos ojivales edificada a finales del siglo XIX, y el exquisito retablo de cantería, muestra del barroco popular del siglo XVIII, testimonio de la fusión entre las técnicas hispanas y una probable mano de obra indígena.  

            Las portadas guardan algunas diferencias entre sí, en el frontispicio de la fachada principal, que mira hacia el poniente, se adivina la sencillez revelada por un par de esbeltas pilastras con fuste estriado, con un capitel toscazo que  sostienen el sencillo dovelado del medio punto enriquecido por un esquema tablerado. Al arribar a la piedra clave se distingue en ella un modillón como ornamento. 

Más arriba aparecen los restos de lo que fuera un entablamento clásico, con sus triglifos y gotas muy bien definidas. En el remate de esta portada se manifiesta una ventana coral, misma que presenta el anagrama de María en la clave, con algunos breves ornamentos de tendencia barroca. 

En la portada lateral del paramento que ve al norte, se emplearon también pilastras de fuste estriado y un arco de medio punto con clave ornada por una flor. La portada lateral sur se diferencia en que los fustes de las pilastras son completamente lisos. 

Antigua Capilla Doméstica de Nuestra Sra. de Guadalupe, en Pericos. 

            Entre el conjunto urbano del poblado de Pericos, en el municipio de Mocorito, destaca la antigua Capilla Doméstica de Nuestra Señora de Guadalupe, localizada en el punto más elevado de la topografía del viejo casco donde se localizaban las antiguas haciendas de Peiro y Retes. La antigua Hacienda de Nuestra Señora de las Angustias fue establecida en 1769 por Don Francisco Peyró y Gramón, en el asentamiento conocido ya desde entonces como Pericos, y formada en tierras que probablemente, antes de 1767 cultivaran las misiones jesuitas cercanas. 

            Este inmueble, es la única capilla doméstica de Sinaloa, construida durante el siglo XVIII bajo la línea del lenguaje barroco, si bien, existen otras tantas, éstas son del siglo XIX: por ejemplo la de la antigua hacienda de La Labor en San Ignacio y la de Portugués de Norzagaray, en el Municipio de Sinaloa. En el caso de Pericos, aunque no fue construida por el clero secular, se incluye en este apartado, por el hecho de que Don Francisco Pérez y Gramón en su testamento hizo una profesión de fe, en la que su hijo mayor, Don Francisco Peyró Pérez, sacerdote, sería quien se encargaría del templo, en primera instancia. 

[…]Del quinto de mis bienes mando se finque una capellanía laya o de patrimonio de seis mil pesos para que con el rédito de ella se diga misa en la Capilla de mi Hacienda de Ntra. Señora de las Angustias […] y que sirva para dar culto a Dios y explicar la doctrina cristiana y demás, la cual quiero que disfrute mi hijo, Dn. Francisco Peyró y en defecto de éste otro de mis hijos eclesiástico si lo hubiera siguiendo la mayoredad y en falta de estos el pariente más inmediato que sea eclesiástico que señale el Ilmo. Señor Obispo de aquella Diócesis. 

            El señor Peyró caso en primeras nupcias con Doña Josefa Pérez, oriunda de Capirato, quien falleció en 1795, dejando establecido como deseo último la construcción de la capilla de la hacienda. Cumplido que el hacendado, Francisco Peyró ejecutó, lo cual deja asentado en su propio testamento: 

 […]y habiendo fallecido mi mujer el año de mil setecientos noventa y cinco, hice inventario de los bienes y caudal que había existente[…] del quinto que se rebajaron se invirtieron en la fábrica de la Capilla de la Hacienda como lo dispuso la difunta[…] 

Notable por su factura, es en la región el inmueble de la capilla doméstica de esta hacienda. De mampostería, con planta de nave rasa y cubierta por una bóveda de cañón corrido, y de arista sólo en el presbiterio. La portada principal muestra un arco de medio punto escoltado por un par de cartelas, que a la letra una de ellas explica el origen de la edificación: 

Ave María Purísima se hizo este templo de Dn. Francisco Peiro y su esposa Josefa Pérez se comenzó el año de 800 y se acabo el de 801... 

En tanto que la otra, explica lo referente a la advocación mariana, en la que curiosamente mientras que la hacienda se dedica a Nuestra Señora de las Angustias, el templo se dedica a la Virgen de Guadalupe. Asimismo manifiesta los detalles de su consagración: 

Ave María Purísima de Guadalupe arca de Dios con consagrada por Antonio Ocampo y Florencio López... 

Los soportes en que se apoya el dovelado del arco, son pilastras de fuste tablerado, en tanto que la clave muestra un anagrama de María, enriquecido por un pinjante de formas vegetales en el intrados. La ventana coral es más sencilla, la flanquean dos pináculos empotrados en el paramento, donde destacan las evidentes muestras de un largo y remoto procesos de deterioro, provocado por la humedad y la presencia de sales. 

En la fachada lateral que mira hacia el sur, la portada fue gravemente alterada con la construcción de una capilla anexa. Agregado que destruyó en un alto porcentaje el excelso enmarcamiento que tenía; éste con un arco de medio punto, enriquecido con el anagrama de Jesús en la clave, culminaba el frontispicio mediante un nicho con su venera, cobijando el símbolo de la Vera-cruz. 

En el interior de la Capilla Doméstica de ésta, la Antigua Hacienda de Nuestra Señora de las Angustias, destacan varios elementos de tímidos reflejos barrocos. Destaca de sobremanera el retablo localizado en el presbiterio, además de los detalles florales que ornan las claves de los arcos fajones de la bóveda de cañón, la ondulante venera del abocinamiento interior del acceso lateral y la clave del dintel de la puerta que comunica el presbiterio con la sacristía, entre otros. 

La arquitectura sinaloense de los antiguos Reales de Minas. 

            De entre los antiguos territorios que hoy integran el Estado de Sinaloa, donde el barroco alcanzó el grado máximo de su expresión, destacan la arquitectura de Álamos, y los templos de los Reales de Minas de Copala, San Sebastián y El Rosario. Permanencias que testimonian la abundancia en propiedades y fortunas de los ricos mineros de Sinaloa, durante las últimas décadas del virreinato. 

El arte virreinal en Sinaloa nació en la umbra del abandono espiritual, a causa, un tanto de la lejanía y el relativo aislamiento que se mantuvo entre ésta y los centros protagónicos del desarrollo cultural novohispano.  La cultura virreinal llegó al territorio sinaloense, directamente desde Durango, por la sierra de Topia, y de Guadalajara por los parajes nayaritas.  

            A excepción del resto del territorio que ocuparon las antiguas provincias virreinales en Sinaloa, la arquitectura religiosa de los emporios mineros de Alamos, Copala, San Sebastián y El Rosario, fue donde el barroco consiguió el superlativo gusto de la expresión máxima del lenguaje. En éstos es muy clara la evidencia que delata una influencia proveniente de Durango y de Jalisco, con una preponderancia de formas que presumen un lenguaje más citadino que el propio de las misiones norteñas. 

Templo parroquial de Santa Ursula, en Cosalá. 

Entre la irregular traza urbana del antiguo Real de Minas de las Oncemil Vírgenes de Cosalá, y enmarcada por los rojos tejados de su contexto, se yergue frente a la plaza principal la imponente estructura del antiguo Templo Parroquial de Santa Ursula. Construcción iniciada, según lo advertido en las notas de visita de Don Pedro Tamarón y Romeral entre 1759 y 1767, y concluida en el primer tercio del siglo XIX. 

Fábrica de cal y canto, con un espacio concebido en planta de cruz latina, con crucero protegido por una cúpula gallonada, descrita dentro de un ovalo. La lectura barroca muestra menudamente en esta cúpula su código a través de los singulares gajos, saliéndose del común denominador en las bóvedas de los inmuebles religiosos. El interior de la nave lo cubren una serie de bóvedas de arista sostenidas por arcos torales, que descargan sobre las pilastras que se adosan al paramento interno de los muros de la nave.  

La fachada principal expresa su temporalidad en los rasgos sencillos de su portada, limitada al sobrio enmarque del ingreso, con arco de medio punto sobre el que destaca una ventana, con arco escarzado y flanqueada por dos óculos octagonales. Ésta, la ventana que ilumina el coro, se engalana en su dintel por un resalto que va describiendo en la parte inferior, una línea sensiblemente mixtilínea, haciendo levemente hincapié en el lenguaje barroco. 

En la fachada posterior se distingue un reloj solar, trabajado en cantería, con una barra de fierro forjado en el centro, con la cual marca la hora hasta el día de hoy. 

En el ángulo formado por la intersección de los planos exteriores del muro de la nave y el basamento de la torre,  se encuentra un elemento cilíndrico que aloja la escalera de caracol, conduciendo al coro y al campanario. Interesante propuesta de solución, al mostrar el acceso de la escalera hacia el atrio, y exenta del propio machón de la torre, cuando por lo común, el tiro de la escalera se construía embebido dentro de la misma base del campanario. 

La torre-campanario, de evidente lenguaje decimonónico, se forma por dos cuerpos cúbicos con pares de arcos de medio punto, y un tercer cuerpo octagonal, de mayor envergadura que los inferiores. Todo culmina en una cúpula y su linternilla completada con cruz de fierro forjado. 

 Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe, en la ex-Hacienda de Guadalupe. 

            Entre la espesura de la sierra, por los rumbos de Copala y cercano al camino que lleva a Pánuco, se encuentran las ruinas de la antigua Hacienda de Guadalupe, hacienda de beneficio perteneciente al propio Mineral de Pánuco. 

            Allí prendida en la escarpada ladera de una colina, la capilla de Guadalupe parcamente muestra los códigos del barroco. La planta de una sola nave, remata el muro testero con un ábside poligonal, sin cubierta muestra desnudo el arco de gloria que da paso al presbiterio. Igualmente se encuentra el arco del sotocoro, sin más estructura que sostener. 

            La portada del frontispicio es sencilla en su ornato, está ubicada dentro de la modalidad del barroco tablerado, con un alf1z que delimita un par de pilastras empotradas, y con un fuste tablerado. La ventana coral presenta un marco también tablerado, con una margarita labrada en la clave, en alusión a la advocación mariana. Del remate sólo permanecen restos ilegibles que permitan determinar las formas que tuvo originalmente. 

            Al coro se accedía mediante un puente de piedra, desde una terraza de corte natural, generada por el mismo declive del terreno de la extensión que ocupaba la mina.  

Templo parroquial de San José, en Copala. 

En una de las fundaciones novohispanas establecidas hacia la segunda mitad del siglo XVII por Francisco de Ibarra, el antiguo Real de Minas de Copala, se ubica el templo dedicado a San José.  Frente a un reducido jardín público, dispuesto sobre una de las laderas que conforman el sitio, irrumpe entre la espesura de la serranía el inmueble construido con el recurso económico del marqués de Pánuco, Francisco Xavier Vizcarra. 

Por otra parte Don Pedro Tamarón y Romeral, obispo de la diócesis de Durango, en su visita realizada hacia 1767, se encontró con que el inmueble se encontraba en pleno proceso de construcción, y sólo se oficiaban misas de manera provisional en la sacristía que estaba ya techada por una bóveda de cañón corrido. 

Construido de cal y canto, este templo presenta un frontispicio ricamente ornamentado con motivos geométricos y vegetales, inscrito dentro de la modalidad del barroco neóstilo. 

La portada principal se estructura mediante dos cuerpos separados por un entablamento, y tres calles delimitadas con soportes de fuste distintamente tratados.  En el primer cuerpo, la puerta de acceso tiene un cerramiento de arco de medio punto, con un dovelado que estuvo profusamente decorado, suplido en décadas recientes por un agregado de concreto armado, que altera seriamente el orden original en la totalidad del  inmueble. Algunas de las piezas originales: dovelas e inclusive la clave, se encuentra en un rincón del sotocoro. La clave resulta en un interesante diseño, ya que el elemento iconográfico central, refiere a una pareja, que a decir por el par de anagramas que correspondientemente aparecen bajo cada una de las imagen, sugiere la representación de José y María, y no a la interpretación del marqués de Panuco y su esposa, como lo dice la tradición oral del pueblo de Copala. 

Dos sucesiones de pilastras y columnas adosadas, se prolongan a través de los cuerpos de la fachada. Acentuando las líneas de composición arquitectónica, enmarcan una serie vertical de tres nichos vacíos en cada una de las calles adyacentes al acceso principal. Flanqueando este acceso, en el cuerpo bajo aparece una sobreposición de pilastras, donde los fustes de los apoyos interiores son cajeados, mientras que los del exterior son medias muestras sensiblemente estriadas.  En cada intercolumnio se exhiben dos nichos vacíos, uno encima del otro, cada cual con su respectiva venera y  una peana como base. 

El segundo cuerpo es más rico en la decoración vegetal. Las pilastras que estructuran las calles, aquí se enriquecen con foliaciones, que concluyen en un capitel que evoca el orden corintio, donde se mezclan volutas, hojarascas y una figura humana. 

En la calle central, la ventana coral llama la atención por su cerramiento, resuelto por un arco mixtilíneo que en el trazo cenital, termina en una forma conopial. Justo sobre su ápice y perpendicular al paramento, surge del muro la figura de un personaje civil, cubierto con bombín, y apoyando sus brazos a la cintura. Enmarcando ventana y talla, unas pilastras adosadas con ornamentación geométrica se extienden también sobre la superficie del paramento.  

La singular efigie del personaje que aparece sobre la ventana coral, también representa probablemente a Francisco Xavier Vizcarra, marqués de Pánuco. Hierático, mira hacia abajo, al umbral del acceso principal, donde con esta singular disposición, ha dado por resultado una diversidad en creaciones de la ficción popular, mismas que la tradición oral de Copala ha mantenido. Las historias van desde la que afirma que este personaje escupirá a quien entre al templo sin haberse confesado, o las que dicen que hará lo mismo con el varón que acceda con sombrero, o novia que no llegue doncella a las puertas de la iglesia el día de su boda. 

De hecho este peculiar evento sucede por el fenómeno, primero de la humedad que sube por capilaridad por la cantería del muro, y que posteriormente, por precipitación la humedad excesiva se filtra desde esta supina escultura. 

El campanario se resolvió en dos niveles; el primero con dos vanos para las campanas; con arcos de medio punto sostenidos por jambas enriquecidas con zigzagueantes estrías horizontalmente dispuestas, tratamiento que se repite en el dovelado de cada arco. Una serie de columnas adosadas, delimitan a modo de calles cada vano, expresando una robustez mayor los apoyos que aparecen en las esquinas. Con capiteles ricamente ornamentados por formas vegetales y veneras, sobre éstos, se apoya un entablamento decorado con una serie de festones alargados a modo de pequeños arcos ciegos, con una masiva cornisa que en resaltos repite la redondez de las columnas. El segundo cuerpo está resuelto de la misma manera que el primero, con una diferencia consistente en la presencia de sólo un vano por cada costado. El remate de la torre es un chapitel cónico, adornado con pináculos en las esquinas. 

En la base de la torre, a la altura del coro, se abre una ventana que exhiben dos singulares mascarones, representando a distintos personajes civiles de peinado y bigotes ensortijados. Uno se localiza en bajorrelieve sobre la clave del dintel, en tanto que el otro aparece bajo la decoración que descuelga desde el alféizar por el antepecho.  Del lado contrario a la torre, la fachada se delimita por el cuerpo de la escalera de caracol, sobre el que encuentra la imagen de San José como remate. 

Las portadas laterales se muestran bajo un esquema básico de elementos, donde dos pilastras superpuestas con fustes doblemente cajeados, se complementan con un entablamento decorado por figuras vegetales, formando una especie de alfiz, el cual encierra las enjutas completamente lisas, y al arco de medio punto que es sostenido por pilastras de fuste también doblemente cajeados. La clave del arco se destaca por una ingeniosa figura de expresión popular que representa un rostro rodeado de diversas formas ondulantes. En la fachada lateral que mira hacia el sur, junto al arco de medio punto del acceso lateral, se muestra labrado el rostro de un diablo, seriamente deteriorado,  tal vez por la tradición popular de apedrearlo de vez en vez.  

En el paramento exterior del muro testero, se conservan incrustadas algunas piezas de cerámica, probablemente talavera poblana, o tal vez, hasta pudieran ser vestigios de loza china. Platos, unos completos y otros con partes faltantes en los que predomina la decoración azul sobre fondo blanco, que a modo de vértice delinean la expresión Ave María. 

El interior de la nave se cubrió por una bóveda de cañón corrido, cuya directriz discurre en una sección descrita por un arco de medio punto, reforzada por arcos torales que se apoyan sobre pilastras adosadas, con una imposta  que se prolongan a lo largo de la nave, conformando una cornisa. En correspondencia a cada pilastra, en el exterior aparecen contrafuertes de sección rectangular, rematados en la parte superior mediante una serie de gárgolas. Otros aspectos interesantes por destacar de entre diversos elementos ornamentales de los adentros del templo, son; la representación de un ave en la clave del arco del sotocoro, además del retablo de madera ubicado en el presbiterio. El pájaro caracterizado de bulto, corresponde a un pelicano que, arqueando su cuello posa el extremo del pico sobre el plumón del pecho, en tanto que el retablo, corresponde a una interesante pieza de madera labrada y pintada, expresando un señero lenguaje barroco donde el estípite se distingue por su prestancia.

 

Templo parroquial de Nuestra Señora del Rosario, en El Rosario. 

Este inmueble fue reconstruido entre 1932 y 1961, trasladando piedra a piedra parte del inmueble, desde el emplazamiento original, hasta el lugar donde fue reubicado, frente a la actual Plaza de Lola Beltrán. 

Durante veintinueve años el pueblo de El Rosario trabajó arduamente en el proceso de reubicación del inmueble, ya que éste había entrado en una fase de colapso estructural, debido al debilitamiento del subsuelo ocasionado por los socavones abiertos de manera ilícita  por la Compañía Minera de El Tajo. 

En la ubicación original del templo, sólo quedaron como testimonio los restos del coro y el sotocoro, junto a los machones que contrarrestaban las cargas de la fachada y de éstos, los dos espacios ubicados a los pies de la nave. 

Aunque es preciso señalar que existió un templo anterior al aquí referido, el cual fue dedicado en 1731 a la virgen del Rosario y a Santo Domingo de Guzmán por el Obispo de Nueva Vizcaya, Br. Dn. Benito Crespo: 

DECRETO DE PATRONATO.- “Al margen: 1 foja.-Al centro.- Nos el Dr. Dn. Benito Crespo dl. Orden de Sn. Tiago pr. la gracia de Ds.  y de  la Santa Sede Appca. Obpo. De la Ciudad de Durango, Reyno de la Nueva Vizcaya sus confines y Provas de la Nuevo Mexico, Tarumara, Sinaloa, Sonora, California, Pimas, i Nuevo Toledo del Consexo de su Magd. &.-Pr. qto. la Vecindad del Rl. y Minas de N. Sa. del Rs. assi pr. el estado ecco. como pr. el secular senos ha hecho representación[…] expedimos nuestro Decreto Judicial fecho en dho. Rl. a tres de Febreo. de este presente año en q. fuimos servidos admitirles dha. representacion y declarar pr. firme y valido dho. Juramento. y Confirmarlo y elebarlo con las solemnidades q. el dro. prescrive y pr. conciguiente declarar pr. Patrones principal de dho. Rl. a N. Sa. con el Titulo del Rosso y pr, Patrono menos principal al Glorioso Patriarcha Sto. Domingo de Gusman […]  

El templo actual se construyó a mediados del siglo XVIII, teniendo al año de 1758 como única inscripción que testifique fecha alguna, esto en la clave del arco de uno de los accesos laterales.  Al mismo tiempo, por testimonio asentado durante la visita realizada en 1767 por Don Pedro Tamarón y Romeral, se conoce que este templo estaba en construcción, muy aventajada  en ese año, incluso allí mismo estrenó una capilla ubicada a los pies de la nave, espacio todavía existente en la ruina del antiguo templo. 

Inmueble edificado con recursos del peculio de Francisco Xavier Vizcarra, marqués de Pánuco, que precisamente la construcción de este templo, fue  uno de los argumentos que le valieron para la obtención del título nobiliario: 

En la Real Cédula de Carlos III, que concede el título de Marqués de Pánuco a Francisco Xavier Vizcarra, se menciona entre sus méritos “Y que habéis fabricado y adornado la Iglesia del Pueblo de Rosario, en que habeis gastado cincuenta mil pesos”. También se dice que el nuevo marqués era originario de El Rosario. 

El título se otorgó en 1772, cuarenta y un años después de que se pidió la consagración de la iglesia del Rosario a sus santos patronos […] 

La portada principal en su distinguida propuesta formal, sigue los perfiles esenciales del barroco salomónico. Se compone por dos cuerpos, y tres calles, con un remate descrito por una alongada forma conopial. Todo el frontispicio es enmarcado por un par de estribos apoyados sobre amplios pedestales de forma bulbosa, en general el estribo es macizo y pesado, decorado con franjas gajeadas que se sobreponen a un fuste liso, culminando antes de llegar a los pedestales bulbosos en gruesas espinuelas, la composición del estribo se sobrepone  a una superficie orlada, para elevarse hasta la altura en que se encuentra la ventana del coro, donde termina en unos capiteles de semblante corintio, extendiéndose como enmarque, mediante un cornisamento que de forma escalonada asciende hasta unirse con el remate conopial. 

En el cuerpo bajo, cuatro columnas entorchadas con un helicoide menos enfatizado que las columnas del cuerpo alto, se empotran al paramento marcando el límite en cada calle. Estas medias muestras se ornamentan por una amplia guía de elegantes motivos vegetales que recorre el helicoide por las gargantas. Con mayor amplitud, la calle central contiene el acceso principal, desarrollado por un arco de medio punto en cuya clave ostenta un deteriorado motivo mariano, en el cual apenas se perciben restos de una corona, que un par de ángeles sostiene con sus manos, mientras flotan reclinados sobre nubes. Tanto las jambas como el dovelado del arco, muestran una muy sencilla presentación, inclusive, las enjutas son llanas, sin la característica ornamentación que en el barroco mexicano por lo general muestran. 

Las calles laterales del cuerpo bajo, encierran nichos, uno cada una, mismos que cuentan por remates con unas veneras terminadas en roleos confluyentes. Carentes de imágenes religiosas, estos nichos se apoyan sobre peanas ricamente decoradas con estrías que confluyen hacia el polo inferior, donde se halla un elegante motivo ornamental de sencillas formas colgantes. La ausencia de imágenes en los nichos se debe a la crisis económica que se vivió en la etapa final de construcción del inmueble, que coincide con la decadencia en la producción minera que afectó a todo el territorio novohispano, quedando este detalle iconográfico inconcluso. Las columnas salomónicas se empotran en retropilastras que aparecen en la parte posterior de éstas, todo apoyado sobre elevadas basas decoradas por medio de un sencillo tablerado. En tanto que los capiteles de clara propensión al orden compuesto, soportan un entablamento integrado por un sencillo arquitrabe, un friso vigorosamente moldurado y un cornisamiento con entrantes y salientes al ritmo que le marcan los ejes verticales de composición del propio frontispicio. 

El segundo cuerpo de la portada, arranca a partir de un banco elegantemente ornamentado con cartelas presentadas en las secciones correspondientes a cada una de las tres calles. En las calles extremas las cartelas se enriquecen mediante pequeños detalles conquiformes, mientras que en la calle central aparece una cartela oblonga ornada por lacerías y roleos. Al igual que en el cuerpo bajo, cuatro columnas salomónicas empotradas segmentan este segundo cuerpo, con un helicoide mucho más resuelto y una guía vegetal de mejor factura que recorre las gargantas. Dentro del intercolumnio que forma la calle central, se encierra la ventana coral, sencillamente enmarcada por un tablerado enriquecido, en la parte media de cada lado: con rostros que recuerdan grutescos, los que se hallan inmersos entre un ramillete foliar. En tanto que la clave del dintel se enfatiza mediante un singular querubín rodeado de elementos ornamentales de corte herbal. Dentro de cada una de las calles laterales, se encuentra un nicho coronado por una venera enriquecida con la imagen de un querubín, de tosca factura, esta imagen parece brotar de entre una masa de hojarascas y motivos florales. Las bases en los nichos, son peanas como las del cuerpo bajo, decoradas con estrías, sólo que en este caso, confluyen hacia un colgante formado por una original águila bicéfala, tal vez en reverencia a la Casa Real de Austria, reinante en la Corona de España durante gran parte del periodo novohispano. 

Los soportes del segundo cuerpo, rematan en capiteles compuestos, donde al igual que en el primer cuerpo, descarga un entablamento completado por un arquitrabe de simple estructura, un friso ricamente moldurado y cornisa con un movimiento de entrantes y salientes, rítmicamente dispuesta en consonancia con la composición de la portada. 

            Emergiendo del cornisamento que corona la calle central del segundo cuerpo; un tercer nivel se adiciona a la estructura de la portada, el cual funge como remate del conjunto. Configurado por una forma conopial, éste arranca de un banco ornamentado en toda la superficie con motivos florales y guías vegetales finamente tallados, con entrelaces un tanto complejos. Este banco es flanqueado por dos estipos ubicados en línea, sobre los ejes que encierran la calle central, ricamente decorados con motivos vegetales, de donde emerge un rostro coronado con diadema de apéndices herbales. Al centro destaca un enigmático personaje, que de manera frontal y en posición sedente pareciera representar alguna fantástica deidad. Descansando sus manos sobre las rodillas se rodea por serpenteantes guías vegetales, con un capuchón que le cubre la cabeza, que se integra mediante una corona vegetal a la peana ochavada del nicho central. Sobre los estipos anteriormente descritos, descansan empotradas unas columnillas losángicas, que enmarcan el nicho central ya referido, a su vez dos pilastras de fuste tablerado flanquean el nicho conquiforme el cual se engalana con un remate poligonal, además de las retropilastras que aparecen detrás, ricamente decoradas con algunos detalles formados por una guía vegetal.  Entre éstas últimas y las columnillas losángicas, aparecen unos medallones circulares, que en altorrelieve se muestran dos personajes; uno de ellos ataviado con el hábito franciscano, de capucha y cordón con los tres nudos. Mientras que en el otro, en apariencia, se representa a un personaje civil. 

            Inmediatamente por encima del nicho central, siguiendo en línea al eje de simetría, aparecen una serie de motivos ornamentales de fuerte significación religiosa. De forma ascendente aparecen: la Cruz Foliada de Santo Domingo de Guzmán, una corona mariana, la paloma del Espíritu Santo que gravitando flota por encima de un terrarum orbis, globo terráqueo coronado por una cruz, que simboliza el dominio universal de la iglesia católica, y al final, en la cúspide una venera; la concha bautismal. La composición iconográfica que integran estos elementos, es flanqueda por dos representaciones en altorrelieve de botijas de las que emergen ricos ornamentos vegetales, de los cuales descuellan algunos girasoles. Finalmente en la cúspide del remate cierra una pieza labrada con motivos vegetales, debajo de un repolludo pináculo. 

            En los costados de la nave, las portadas de los accesos laterales se resuelven bajo un esquema un tanto más manierista que barroco. Arcos de medio punto escasamente decorados con formas orgánicas, se apoyan sobre la escueta composición de pilastras con fuste tablerado y capitel toscano, en los cuales descansa un exornado entablamento con triglifos y formas vegetales. Por remate lleva cada portada,  un nicho con venera de finas estrías confluyentes, además de una peana formada por un cuarto de naranja invertido. Mientras, la venera se enriquece con el rostro de un querubín, las claves de los arcos; con el anagrama de cristo en la portada de su costado izquierdo, y la inscripción; o 758 en la portada de su lado derecho. 

Por su parte, de los restos que permanecen en el sitio donde originalmente estuvo el templo, destacan los testimonios del sotocoro, donde todavía existe el gran arco rebajado que sostiene el espacio que ocupara el coro. En éste sobresalen las canalejas que recorren sus faces frontal y trasera, para darle forma al tablerado, culminando en roleos contrapuestos, junto a la clave, pieza donde el intradós muestra un medallón con la imagen de San Miguel Arcángel, además de un San José en el anverso y Santo Domingo de Guzmán, en el reverso de la clave. 

Además allí mismo, a los pies de la nave, se encuentra todavía la capilla que estrenara Don Pedro Tamarón y Romeral hacia 1767, hoy abandonada, muestra un retablo de línea neoclásica en su interior, y al exterior una sencilla portada, formada por jambas tableradas que enmarcan un arco conopial, tapiado hacia el siglo XIX. Los apoyos, un tanto deteriorados, se posan sobre basas ornadas por mascarones de atavío probablemente seglar. 

En el sitio donde fue trasladado y en parte reconstruido el templo, se trasplantó también la estructura capilar, que albergara el caracol de la escalera para subir al coro y al campanario. En el vértice exterior que forma la confluencia de los paramentos del muro de la nave y el machón que sostiene el campanario, se ubica éste fundamental elemento de circulación vertical, con acceso abierto al exterior, justo frente a la zona lateral del atrio. Resultando al igual que el caso descrito para el templo de Cosalá, en un  excepcional recurso funcional, rompiendo con la constante en que el tiro de escalera se contenía en la estructura misma de la base del campanario. 

Templo parroquial de San Sebastián, en Concordia. 

Dentro de lo que fuera el antiguo territorio de la Casa Vizcarra, el prístino marquesado de Pánuco, se encuentra la actual cabecera municipal de Concordia, el añejo Real de Minas de San Sebastián. Allí frente a la plaza principal, se ubica el extraordinario templo parroquial de evidente cuna novohispana. Fábrica de sillares construida del caudal pecuniario del marqués de Pánuco,  Francisco Xavier Vizcarra.  Para 1760 Don Pedro Tamarón y Romeral registra un templo edificado como una obra de sillería, la cual contaba con techo de zacate, sin embargo para su segundo viaje, el mismo Tamarón en 1767 lo describe como derrocado,  es decir en deplorables condiciones físicas. Es probable que éste se haya reparado, o definitivamente reconstruido en fechas posterior, pues la sacristía se construyó en 1785, como lo indica la cartela que se encuentra sobre el acceso de este espacio, y todavía para 1800 se continuaba la edificación con las obras del coro, inscribiendo la fecha en la parte frontal de la clave del arco rebajado que abre el sotocoro. 

Inconclusa quedó la torre, debido quizá a dos factores determinantes: uno, la decadencia sucedida en la producción minera durante el periodo comprendido entre 1798 y 1807, que luego se conjugó con la inestabilidad político-social derivada del  movimiento de independencia. Y no es hasta principios del siglo XX cuando se realiza una intervención en el mismo campanario, ocurriendo hacia 1909 que, sobre el zócalo que originalmente habría de recibir un segundo cuerpo para la torre, se le agrega el disonante remate al campanario. 

Es pues, este templo, probablemente, una segunda historia del templo que describiera Tamarón y Romeral en las visitas realizadas los años de 1760 y 1767. El cual se habría comenzado en 1700, según la referencia de Yolanda Prats de Loaiza, citada por Vargas Lugo: 

La iglesia de concordia se comenzó en 1700, “..a raíz de la floreciente riqueza minera…”[…] la cual se supone terminada en 1765. 

            Esta es la obra máxima de la arquitectura barroca en Sinaloa, no sólo por su riqueza formal, si no también por su excelente labrado en piedra. Edificación de sillería con una simple planta de nave rasa, donde el frontispicio es una exaltación al libre repertorio formal barroco tan característico del norte de la Nueva España. 

El frontispicio es enmarcado en su totalidad por un par de estribos que se apoyan sobre amplios pedestales de forma bulbosa. Tiene un trazo bastante rígido circunscrito dentro de la modalidad del barroco neóstilo, y una composición generada por dos cuerpos, cinco calles y un exquisito remate mixtilíneo, delimitado por un pesado cornisamento bajando mediante un escalonamiento que al final recarga sus extremos en elocuentes roleos, que descansan delicadamente sobre los capiteles de cada estribo. 

En general el estribo se expresa bajo una grácil apariencia, que parte de una columna con capiteles de filiación corintia y un prolongado fuste enriquecido por tres listeles, de los cuales el del centro se engalana en forma de ondulante meandro, que al llegar al punto más bajo, se unen formando un sencillo roleo sobre el pedestal. 

En el primer cuerpo de la portada principal, la calle central guarda la puerta de acceso, con un arco de medio punto guarnecido por una sarta de florecillas que recorren las dovelas, hasta llegar a cada uno de los salmer, mismos que se apoya en una imposta generada por sencillas molduras. Este cornisamiento se apoya sobre unas jambas, cuya superficie cajeada se encuentran ricamente decoradas mediante un exuberante desarrollo de roleos con apéndices de evocaciones vegetales, que al ir ascendiendo por la jamba, surge una enorme flor, de cuya corola emerge una singular figura alada que representa un pájaro-sirena del Cielo, más que personificar a un querubín, pues muestra el característico rostro humano coronado, con un cuerpo de ave, que en este caso, sólo expone el torso. La clave del arco se adornaba muy probablemente con una tiara papal, o corona mariana, de la cual sólo queda por evidencia la pequeña cruz que le habría servido de remate, además de una cruz, un tanto inclinada, que aún permanece, en lo que habría sido su costado derecho. Las enjutas exhiben soberbios agrupamientos de ondulantes formas vegetales, con hojarasca, piña, guías y vides. Las columnas que demarcan las calles extremas muestran fustes con estrías muy amplias, mientras que las que enmarcan la calle central se exornan con un entramado de listeles en diagonal entretejidos, ciñendo una gran variedad de motivos florales y vegetales en los claros romboidales que quedan sobre el fuste. Estas columnas se apoyan en bases, con una rica decoración vegetal y flores para los apoyos interiores, en tanto que para los exteriores aparecen pequeñas veneras y flores. Por su parte los capiteles son de reminiscencias corintias, donde las hojas de acanto, volutas y flores de girasol se mezclan. Las calles laterales son ocupadas por dos pares de nichos, muy esbeltos, con peanas enriquecidas por elementos vegetales, las que se encuentran en las dos calles interiores, en tanto que las peanas de las calles exteriores lo hacen con un listel en meandro, entrecruces de lacerías y hojillas. Además se coronan con unas veneras, exornadas con un ramillete entrecruzado de flores, sólo  las dos de las calles internas, asimismo, ondulantes formas vegetales flanquean los espacios vacíos, donde habrían de colocarse las imágenes de bulto. Apoyado sobre los capiteles, aparece un entablamento enriquecido mediante una serie de entableradillos sobre la superficie del friso, y cornucopias, además de motivos vegetales sobre los resaltos que se integran en línea con los ejes verticales de composición, por otra parte al centro del friso, sobre la clave del arco del accesos, aparece la representación en medio cuerpo de un ángel que sostiene entre sus manos, una filacteria con la albazana AVE MARÍA. 

El segundo cuerpo parte desde un alto banco, que se exorna mediante guardamalletas ubicadas entre los resaltos en que se apoyan las columnas. A su vez, estas guardamalletas se adornan mediante querubines de hierática expresión, rodeados por lacerías, hojarasca y un pliegue que descuelga al centro de cada pendoncillo, hacia el centro destaca un medallón oval con una imagen mariana escoltada por angelillos que portan ágrafas filacterias. Este segundo cuerpo es similar al primero, la diferencia estriba en el desarrollo de la calle central, en la cual aparece la ventana coral, de ondulante abocardo, circuida además, por un meandro lineal, y flanqueado por tableros de márgenes sinuosos, ricamente ornamentado por un entramado de listeles en diagonal y flores. El dintel de la ventana coral muestra una clave decorada con el escudo pontificio: tiara papal y las llaves de San Pedro entrecruzadas, que parecieran estar sostenidas por un pequeño querubín que aparece en el intradós. El entablamento muestra en el friso una exuberante decoración de hojarascas, lacerías, roleos y medallones circulares con rostros de personajes civiles. Por encima aparece una masiva cornisa de rítmicos entrantes y salientes que van al compás de los ejes verticales de composición. De inmediato por encima del entablamento, se levanta el frontispicio, donde en la parte inferior aparece un banco enriquecido con guardamalletas, cuadrifolios y cornucopias adornan cada sección correspondiente a las tres calles interiores. 

El remate del frontispicio se marca por un soberbio recorte mixtilíneo que enfatiza el ascendente carácter de la portada, aquí se encuadra el nicho principal con la imagen de San Sebastián, cobijada por una excelsa concha, encima de la cual aparece la imagen de la virgen de Guadalupe apoyada sobre una elegante peana, flanquean la imagen del santo patrono, un par de escalonadas molduras que terminan en masivos  roleos, sobre los cuales aparecen gravitando un par de angelillos portando coronas de adviento. 

En el costado opuesto a la torre, una peana formada por retropilastras, con medias muestras empotradas de fuste estriado, soporta la imagen de Santa Bárbara, virgen y mártir, santa patrona de los mineros, y protectora contra los rayos y centellas. 

El campanario es una estructura que a pesar de haber quedado inconclusa, se le agregó una segunda historia de principios del siglo XX. De un cuerpo, la torre se eleva sobre un zócalo engalanado por molduras y resaltos barrocos, cuyas esquinas son ceñidas por singulares columnas losángicas. Arcos de medio punto rompen cada uno de los paramentos, decorados con formas geometrizantes que se mezclan con figuras vegetales, combinadas con pilastras tableradas. El extemporáneo remate del campanario, se forma por una bóveda un tanto elevada, de cuatro secciones alabeadas que inciden en la linternilla de la cúspide. El zócalo sobre el cual arranca la cúpula, no es otra cosa más que el rodapié de lo que debió haber sido el segundo cuerpo del campanario, sobre el cual se construyó ya en el siglo XX, el remate formado por una cúpula peraltada de cuatro gajos, con una linternilla integrada por ocho columnillas que sostienen una pequeña media naranja, culminando con una cruz de fierro fundido. 

El macizo machón que soporta el campanario, se adorna con dos vanos: uno de forma circular y abocinado hacia el exterior, ubicado en la medianía del paramento frontal, bajo éste último, un a ventana rectangular, ricamente engalanada con lacerías, roleo y motivos vegetales, coronado por una significativa vera-cruz cobijada por masiva venera. 

Un par de jambas y dintel recto, enmarcan el acceso que comunica con el tiro en que se aloja el caracol de la escalera que comunica hacia el coro y el campanario. Ornado por un sencillo tablerado continuo, el vano se abre hacia el exterior, con la sección lateral del atrio, justo en el ángulo formado por la intersección de los planos exteriores del paramento de la nave y el machón de la torre. Rompiendo también con el modelo común del caracol contenido en la estructura de la base del campanario. 

La sacristía, pequeño espacio cubierto por una bóveda de cañón corrido, muestra una sencilla portada a partir de un arco conopial, soportado por pilares adosados y rematado por una concha.  Sobre el entablamento aparece una cartela con la leyenda: 

A DEVOCION DEL Sr. MARQUES DE PANVCO SE HIZO ESTA SACRISTIA EN EL AÑO DE 1785. 

El acceso a la sacristía se abre con una escolta de guardacantones, que, sobre el peldaño que forma la meseta de entrada, representan a dos personajes vistiendo la indumentaria militar a la usanza de la época colonial, elegantemente ataviados con calzón corto, chupa y casaca. Misteriosamente decapitados muestran poco más de medio cuerpo, en una actitud defensiva tomando con el puño izquierdo un sable desenvainado. 

En contraste con la complejidad del frontispicio, las portadas laterales muestran su sencillez. Estas se han resuelto con arcos de medio punto, enmarcados con pilastras tableradas y un motivo floral  como aderezo en la clave. 

El interior del templo, al compararlo con la portada principal, resulta de una sencillez bastante notoria, aunque la mayor impresión se la lleva el excelso friso, ricamente ornamentado, decorando el campo bajo de la cornisa. Allí una serie de quiméricos grutescos pisciformes, de rostro humano y alas a veces de ave, o de insecto; pululan en un campo fecundo en flores y hojas. La cubierta se forma por una serie de bóvedas de arista, en las que los arcos torales que las sustentan, aparecen claves ornadas con anagramas y otros motivos religiosos, en tanto, que guías vegetales decoran unas nervaduras que aparecen en las aristas de las bóvedas. 

Interesante es también la propuesta formal de la pequeña portada interior que conduce del presbiterio hacia la sacristía: donde un arco conopial se abre, apoyado en un par de jambas enriquecidas con losanges de superficie apiñada, y una concha que adorna el ápice, mientras dos manojos vegetales cubren el paramento. El remate es un frontis conopial, con una venera que encierra una cruz. 

Los retablos barrocos de Sinaloa. 

            Dentro del género religioso, en la arquitectura novohispana, el retablo es un elemento que destaca por sus virtudes escénicas, esencial para la función didáctico-religiosa que propugnó el movimiento de la contrarreforma de la iglesia católica. Se convierte así, en un objeto indispensable dentro de la producción arquitectónica durante el movimiento barroco. 

Actualmente en Sinaloa existen seis retablos barrocos, todos dentro de la tipología del barroco estípite en varias de sus modalidades. Cuatro de ellos son de madera y dos de cantería. Los manufacturados en madera se localizan, uno en el interior del templo nuevo de Tehueco, en el municipio de El Fuerte, otro, en el Templo de San José, en Copala, y los otros dos en El Rosario; uno en el Templo Parroquial de Nuestra Señora del Rosario, y otro, en la Capilla de la Santa Cruz. 

            Por su parte, en el actual municipio de Mocorito, la piedra mostró su exquisitez barroca en los retablos labrados enteramente en cantería, uno localizado en el antiguo templo parroquial de San Juan Bautista en Capirato y otro en la antigua capilla doméstica de Templo de Nuestra Señora de Guadalupe, en Pericos. 

            Indudablemente que por las características del trabajo en la piedra, ambas piezas son de factura local, con una interpretación localistas del lenguaje barroco académico expresado en los retablos que alguna vez fueron importados del centro de la Nueva España.  

Retablo del Templo de Nuestra Sra. del Rosario 

            Hacia el sur del territorio sinaloense, en el viejo Real de Minas de Nuestra Señora del Rosario, deslumbra la magnifica presencia del único retablo que sobrevive de aquellos cinco que existieron hacia 1767, y de los cuales, éste indudablemente era el mayor, ya que posee en su estructura iconográfica el tema de la veneración mariana principal. 

            Dedicado a Nuestra Señora del Rosario, este retablo es una magnifica pieza labrada y dorada exquisitamente en madera. Es de un sólo cuerpo, dividido en tres calles por cuatro descomunales estípites, los cuales soportan un entablamento que separa a éste, del luneto que da forma al remate. 

            Entre los elementos que conforman los estípites de este retablo, se distinguen los característicos estipos en su clásica forma trapezoidal invertida, apoyados sobre unas basas ricamente exornadas por floridas guardamalletas, soportan una dupla sucesiva de cubos, separados por masiva moldura, y ricamente decorados por exuberantes tamanillos, para culminar en capiteles compuestos. La superficie del estipo se adorna por un prolongado tamanillo, que brota desde la parte inferior de un querubín coronado por hojarascas, que descuelgan por encima de una delgada guardamalleta, asimismo en el tercio bajo del estipo mismo, se muestra una curiosa peana empotrada, proporcionándole le da el carácter de singularidad al estípite en esta región.  

            Indicando el lugar que ocupa el sotobanco, las basas de los estípites rítmicamente guardan en pares los flancos de la predela, en cada una aparecen cuatro tetrafolios entre la hojarasca que baja sobre un recorte mixtilíneo, allí se ve a San Agustín de Hipona, San Jerónimo, San Buenaventura y San Antonio de Padua. 

Por otra parte, en el campo que se reserva al espacio comprendido entre las basas, las calles laterales, aparecen medallones ovalados, que sumergidos entre la exuberancia vegetal, dentro de una exuberante guardamalleta mixtilínea, se muestra a San Gregorio Magno y San Ambrosio de Milán. 

            Al centro, en el sitio de privilegio, la predela muestra el sagrario, donde dos cornucopias floridas aparecen en sus flancos. Allí se mira una portezuela decorada con la imagen de un cordero, una oveja plácidamente postrada sobre un libro, mientras parece abrazar una cruz alta, enarbolando una filacteria. 

            En el campo bajo del cuerpo del retablo, justamente en la calle central, se ubica el sitio rector de la composición iconográfica, lugar donde se encuentra la imagen titular apoyada sobre una exquisita peana de plata. La figura de Nuestra Señora del Rosario sostiene en brazos la imagen del Niño Jesús, ambas imágenes ricamente vestidas, portan sobre sus sienes sencillas coronas doradas, aderezadas con pedrería. En este mismo campo, sólo que en las calles laterales, en una situación de privilegio se ubican las imágenes de San José, a la diestra del nicho principal, y Santo Domingo de Guzmán al flanco izquierdo. Ambas imágenes son de bulto, de madera magistralmente labrada y estofada. 

            Entre los campos bajo y alto de las calles laterales, aparecen entre las hojarascas de la decoración, dos cuadrifolios que enmarcan dos imágenes en altorrelieve; del lado derecho aparece Santa Isabel; mientras que en el lado izquierdo se ostenta San Juan Bautista. 

            Dentro del campo superior del cuerpo del retablo, aparecen en las calles laterales, otras dos imágenes de bulto, excelsamente estofadas, representando a los padres de la virgen María; Santa Ana, a la derecha y San Joaquín a la izquierda. Al centro, una especie de peana ochavada sostiene la imagen de Jesucristo crucificado, enmarcado en una rica superficie decorada con relieves que presentan motivos de roleos, lacería, conchas y hojarasca. La base donde se apoya la representación del Crucificado, muestra además un anagrama de María, que a modo de dosel corona el sitio donde se ubica la imagen de la Virgen del Rosario. 

            El entablamento sostenido por los cuatro estípites, separa al cuerpo y al remate del retablo. Éste al culminar en la calle central, se curva ligeramente hacia arriba, coronado luego por un querubín enmarcado por una concha a modo de nimbo, interrumpiendo así la horizontalidad que enfatizan sus molduras. En tanto, los sitios donde culminan los estípites de la calle central, son ocupados por una especie de personajes, que entre hojarasca y roleos, levantan un brazo para sostener en apariencia los soportes que dividen tripartidamente al remate. Culminando los estípites de los extremos, al igual que las calles laterales, aparecen una serie de personajes ataviados con penachos fitomorfos, los cuales emergen del fastuoso decorado a base de roleos y lacerías. 

            El remate se hace notar en la parte más alta del retablo, donde describe la forma de un luneto dividido en tres secciones, dando además, continuidad a las calles que ajustan el cuerpo del retablo. Dos pequeños estipos separan tres campos. A la diestra se encuentra la representación de San Pedro, con sus característicos atributos, lo mismo que San Pablo aparece del lado derecho, con sus respectivos atributos. El uno y el otro se muestran en exquisitas tallas de madera ricamente estofadas, que flanquean la imagen de San Miguel Arcángel, ataviado con una magnífica indumentaria militar. Justo en la cima del remate, en el dominio pleno del retablo, entre nubes pareciera emerger el torso de la imagen de Dios Padre, con los brazos entreabiertos, ostenta el globo terráqueo, coronado por una cruz latina. 

Procurando hacer hincapié en la decoración general del retablo, mención especial merecen los elementos que complementan lo descrito hasta este punto. Entre los elementos que integran el ornamento del retablo, sobresalen los variados y vigorosos motivos vegetales tan propios del barroco novohispanos, así como cornucopias, conchas, singulares personajes ataviados con ricos penachos y gráciles figurillas angélicas, que asomando entre la hojarasca, muestran sus sonrojados y dulces rostros, dejando ver en sus rasgos, la buena calidad en el oficio. 

            La autoría de este retablo se desconoce, no hay testimonio que de cuenta de las personas que en ello intervinieron, sin embargo es indispensable recalcar la manera en que se fabricó. Igual en que se construían todos los retablos novohispanos, en éste deben haber participado también varias personas de los más diversos gremios: El alarife hacía el plan del retablo, siguiendo las indicaciones de quien lo había ordenado; después intervenían el maestro carpintero y los entalladores que daban forma a todos los detalles. Ultimadas las distintas partes del retablo, el ensamblador hacia las uniones de cada pieza, propiamente ya colocado sobre el muro. 

            Finalmente el dorador o pintor de oro se dedicaba a darle el punto terminal; lijaba el retablo para eliminar asperezas aplicando una ligera capa de yeso para darle una superficie tersa, posteriormente aplicaba una capa de bol, mezcla de  color rojizo, elaborada con arcilla de Armenia y el tejido cartilaginoso de conejo la cual permitía que el oro de hoja se adhiriera perfectamente para finalizar al darle el toque último bruñendo con piedra de ágata. 

            El retablo mayor del Templo de Nuestra Señora del Rosario, además de ser el que de manera singular aún conserva íntegra su estructura iconográfica original, también mantiene el dorado en que normalmente se terminaban los retablos barrocos de madera. Éste, junto al retablo aún existente en la antigua misión jesuita de Tehueco, trascienden como los únicos testimonios en los que dentro del territorio sinaloense, todavía subsiste el acabado en hoja de oro. 

Retablo en la Capilla de la Santa Cruz en El Rosario

            En un populoso barrio de la ciudad de El Rosario, se encuentra la Capilla de la Santa Cruz, modesto recinto religioso de sobria factura, que guarda en su interior un pequeño retablo de madera, en la modalidad del barroco estípite. 

            Prácticamente montado sobre la mesa del altar, este singular retablo reposa sobre el sotobanco, que en este caso su color blanco contrasta con el azul y plata del cuerpo del retablillo.  El sagrario, embutido en la predela muestra en su frontal la efigie del Corpus Christis, en la cual un mesurado cortinaje muestra una custodia, precioso utensilio donde suele exponerse el Santísimo Sacramento a la pública veneración. 

            En este retablo, debido probablemente a sus minúsculas dimensiones, el esquema formal se presenta desaviniendo la pauta estructural de calles y cuerpos, circunscribiéndose a sólo un espacio delimitado por dos sencillos estípites. 

            Apoyada por una peana que exalta un querubín, y entre dos cornucopias con brotes de una profusa decoración en motivos de lacería,  germina la vidriera que resguarda el símbolo de la Santa Cruz. Todo ello flanqueado por dos estípites enriquecidos con tamanillos de hojarasca, culminando en un capitel corintio. 

            El remate describe un recorte mixtilíneo guiado por una moldura, en la cual se encierra un nicho vacío enriquecido por una venera, y dos grandes roleos. Allí posiblemente estuvo una pequeña imagen mariana que hoy se encuentra en una peana empotrada en el paramento del lado derecho de la nave del templo. 

            La circunstancia que hace especial a este retablo, gira en torno a la excepcional combinación del azul y plata, en lugar del habitual matiz dorado en los retablos de su tipo. 

Retablo del Templo de San José, en Copala 

            Entre la espesura de la sierra, fragmentada por callejuelas de empedradas texturas, se asienta Copala. Población que guarda en su origen la bonanza de la producción minera colonial, lugar donde entre el caserío de arreboladas techumbres y aromáticos patios de espesura frutal, brotan los destellos de encendidas bugambilias, contrastando con la masa de piedra del templo de San José.  Allí en su interior, empotrado en el muro testero un garboso retablo de madera, con suaves relieves sobre un fondo plano que engalana el presbiterio. 

            Dedicado al Señor San José, este retablo, seguramente resulta ser contemporáneo al que se encuentra dentro del Templo de Nuestra Señora del Rosario, y además, si no ejecutado por el mismo taller, sin duda influenciado por éste, tal inferencia se establece  en tanto la similitud perceptible entre algunos de los elementos que integran el esquema formal de estos dos retablos.  

            Apoyado sobre un sotobanco de cantería, el retablo del templo de San José en Copala, se levanta dentro de una estructura muy sencilla, encuadrada por dos bandas perimetrales, dando forma a un sólo cuerpo con un remate semicircular. El enmarque se ornamenta con una sucesión de roleos y motivos vegetales en la franja exterior, en tanto que hacia el interior, es enriquecida la segunda franja mediante una superficie cubierta por una contraposición de listeles, que dispuestos diagonalmente forman una redecilla de losanges. 

            El único cuerpo que integra esta obra de ebanistería, es flanqueado por un singular par de estípites similares a los vistos ya en El Rosario: en estos también destacan los estipos de alongada proporción, apoyados sobre sus basas ricamente adornadas, que surgen desde la predela. Lo mismo, se ve una sucesión de cubos enriquecidos por motivos vegetales, y sus capiteles son un referente al orden compuesto. De igual manera, el frontal del estipo se adorna por un tamanillo, exhibiendo la característica peana, que hace distintivo al estípite de esta región. 

            En este caso en particular, el retablo encierra un esquema iconográfico alterado y un guión formal modificado por la adición del agregado escalonado que encierra el sagrario. 

            La ornamentación general del retablo se conforma con diversas formas vegetales, conchas, cornucopias, así como por motivos integrados por lacerías entre la hojarasca barroca. La cual se ve, ya sea en forma de tamanillos que fluyen por la cara frontal de los estipos, o cubriendo los planos libres de la predela, el entablamento y en el propio remate. En armónica concordancia con el resto del conjunto, el remate domina la constitución del retablo, donde en la parte central del luneto, existe un espacio flanqueado por dos pequeños estípites apoyados sobre resaltos que formando porte del entablamento, terminan en la parte inferior con una especie de pinjantes. Estas pequeñas pilastras sostienen un cornisamiento que hacia el centro se eleva un tanto mediante una ligera curvatura, terminando en roleos por cada extremo.

 

Retablo del Templo en la antigua misión de Tehueco. 

            En el Templo nuevo que sustituyó en funciones a las ruinas que todavía permanecen de la antigua estructura misional de Tehueco, se encuentra lo que pareciera ser un tabernáculo, pequeña obra de ebanistería que muestra ricas evidencias del lenguaje barroco. Las molduraciones que se aprecian en este testimonio del arte sacro novohispano, describen un desarrollo mixtilíneo, combinando con algunos elementos  que derivan del barroco estípite, ornados con tamanillos, hojarasca y lacería, todo exquisitamente acabado en dorado. 

Retablo del Templo de San Juan Bautista, en Capirato 

            En el interior del Templo de San Juan Bautista de Capirato, el antiguo pueblo de indios. Un testimonio impasible de la conjunción de técnicas hispanas y la mano de obra indígena se advierte a través de la adusta presencia de su pétreo retablo principal.     La singular proporción que se advierte en el retablo, claramente discrepa de las comúnmente exhibidas en los retablos de madera vistos en el sur de Sinaloa, mientras aquellos son espigados, este es un tanto más achaparrado, con un dejo del sabor popular que le dio la manufactura indígena. 

            Aun con ese carácter ingenuo del linaje autóctono, presenta todos los elementos propios de un retablo barroco académico, el sotobanco, los cuerpos, las calles y el remate se hacen presente en este retablo construido enteramente de cantería, llenando de plenitud el presbiterio. Empotrado en el muro testero del templo, a la cabeza de la de cruz latina, muestra un barroquismo que se interpreta a través de una clase sufragánea del barroco estípite, en una superposición de elementos se denota una modalidad del barroco losángico. 

            Son tres calles en las que se conjuga la estructura formal del retablo, en la cual los soportes son pilastras losángicas en dos modalidades distintas. Hacia los extremos una serie de sobreposiciones de cubos y estipos, parten del sotobanco en un eje vertical, hasta la cornisa que confina al cuerpo y el remate del retablo. 

            En tanto, los soportes que delimitan la calle central ostentan un singular espécimen de pilastra estípite-nicho, el cual irrumpe hasta el remate mediante la superposición de hornacinas, mismas que se enriquecen con la presencia de veneras y peanas decoradas con orlas y roleos.  En el punto nodal del conjunto, se aprecia una gran concha escoltada por un par de enigmáticos personajes, de expresión hierática y de atavío que consta de penacho y pectoral de plumas, este es el refugio de la imagen del santo patrono, un San Juan Bautista abrigado dentro de un amplio marco rectangular, generado por una suave sucesión de molduras. Hacia la cúspide del remate se encuentra una hornacina coronada por un dosel orlado con recorte mixtilíneo. En éste, es muy posible que haya estado una imagen de Dios Padre, igualmente una sucesión de molduras forman un marco rectangular que envuelve esta imagen. 

            En la ornamentación complementaria destacan entre otros elementos una serie de medallones ovalados donde probablemente pudieron haber existido representaciones de alguna imagen de santos o santas dentro de la superficie llana del óvalo.  En el espacio del interestipite se encuentran unos de dimensiones pequeñas, mismos que son enmarcados por guías de motivos vegetales. Los otros, son de mayor tamaño, se encuentran en la calle central flanqueando la hornacina principal, y están decorados por una molduración sencilla y aplicaciones de ramilletes de hojas hacia los ángulos del rectangulo que estructura el óvalo. 

            La decoración general del retablo se enriquece con estrellas de seis puntas y con cuadrifolios sencillos o enriquecidos con dosel, lisos o texturizados con red de losanges.  La superposición de estipos y dados se enriquece mediante ondulantes formas vegetales, y la decoración que pauta la calle central, son los elementos regentes en el conjunto. 

Retablo de la antigua Capilla de Nuestra Sra. de Guadalupe, en Pericos. 

            La antigua Hacienda de Nuestra Señora de las Angustias fue establecida en 1769 por Don Francisco Peyró y Gramón, en el asentamiento conocido ya desde entonces como Pericos, distante 50 kilómetros de Culiacán. 

            En el interior del templo de la antigua hacienda henequenera, de entre diversos elementos de sutiles reflejos barrocos, sobresale el retablo de cantería, fechado en 1801 del cual destaca el uso del estípite, bajo una variante singular. Ordenado construir por el señor Dn. Francisco Peiro, que como ya se señaló anteriormente, como un encargo que su primera esposa Josefa Pérez, dejará en su testamento, así lo indican las cartelas que aparecen en la predela, se comenzó "el año de 800 y se acabo el de 801" (sic). 

En él destaca el empleo del estípite, y sobre todo, y por obvias razones, algunos elementos con una clara influencia del retablo localizado en Capirato. 

            Estructura de grácil proporción fraccionada en tres calles, donde destacan los soportes extremos que enmarcan el conjunto. Pilastras estípite de un singular esquema, donde en el lugar del capitel, remata un copón henchido de brotantes roleos. Al igual que en el caso del retablo del templo de Capirato, el retablo de la capilla de Pericos, muestra en los soportes que delimitan la calle central la excepcional pilastra estípite-nicho, idénticas a las del modelo inspirador. 

            Por otra parte, es fácil advertir en la calle central del retablo, una clara alteración realizada posiblemente ya en el siglo XX, donde el lenguaje se modifico adoptando un matiz neo renacentista, con un arco de medio punto en el que se exalta el dovelado.  

            En la decoración general del retablo, los elementos que complementan su estructura formal, aparecen en menor grado que en el de Capirato, solamente existen dos medallones ovalados, con el mismo enmarque vegetal que en los vistos en aquel,  además aparecen cartelas describiendo la forma de tetrafolios donde se reafirma el origen de la construcción.

 


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